EL AMOR EXPANDIDO POR TODO EL UNIVERSO
por Omraam Aivanhov
Si preguntáis a un hombre qué es
lo que ama en una mujer, os responderá que su pecho, sus piernas, su boca, sus
cabellos o sus ojos...
Sí, la naturaleza utiliza esas
formas atrayentes, apetecibles, para un fin determinado; para evitar la
desaparición de la especie humana, ha creado esas bonitas piernas yesos
hermosos cabellos para incitar a los hombres y a las mujeres a poblar la
tierra. Pero las formas sólo son la apariencia; y los enamorados no saben que, en
realidad, lo que les atrae es algo misterioso que se encuentra más allá de las
formas: una emanación, un fluido; y cuando desaparece esta emanación o este fluido,
ya no se sienten atraídos. ¿Por qué a veces no son atraídos por las mujeres más
bonitas y las mejor formadas? Se las admira, pero no se las busca, no se
enamoran de ellas. Mientras que otras chicas que no son tan bellas ni están tan
bien formadas, producen un efecto extraordinario.
Omraam Aivanhov |
Eso prueba que la atracción no
depende únicamente de las formas, de la belleza, de la simetría del cuerpo,
sino de otro elemento espiritual, mágico. Por eso, la gente dice que es un
fenómeno inexplicable. En realidad es explicable, pero sólo para aquellos que
saben. Pero entonces esta vibración, este fluido que os hace felices, que os da
la plenitud, ¿sólo se le puede encontrar en un hombre o en una mujer? No, se le
puede ir a buscar a la región de donde ha venido. Porque procede de otra parte,
no es la persona la que lo ha elaborado, procede de una fuente, de un Creador
que lo ha distribuido, y es una pena que la mayor parte del tiempo se le dé la
espalda a esta fuente inmensa e inagotable, y se vaya a buscarlo en los hombres
y en las mujeres, donde sólo se pueden encontrar algunas partículas del mismo.
Sí, es el amor lo que se busca,
no es un hombre o una mujer. La prueba está en que un hombre abandona a su
mujer (o una mujer a su marido), porque él ha encontrado el amor en otra parte,
en otra mujer. No era pues la mujer lo
que buscaba, sino el amor. Y si todavía no lo encuentra en esa mujer, irá a
buscarlo en una tercera... en una cuarta... Es el amor lo que cuenta, y no la mujer o el hombre; de no ser así, no
se separarían jamás.
El amor existe, en realidad, en
todo el universo. Es un elemento, una energía que está distribuida en todo el
cosmos y que los humanos pueden recibir a través de su piel, sus ojos, sus
oídos, su cerebro ...
El amor está en todo, y es una
planta la que me lo ha revelado, porque, ya os lo he dicho, yo me instruyo con
las piedras, las plantas, los insectos, los pájaros ... Un día, en Niza, vi una
planta que vivía suspendida en el aire; extraía el agua y el alimento de la
atmósfera. La miré mucho tiempo, y me dijo: «Puesto que he conseguido encontrar
el elemento que me es indispensable - mi amor - en el aire, ¿por qué
introducirme en la tierra como lo hacen mis compañeras? He encontrado el
secreto: extraigo todos los elementos para mi subsistencia del aire.» Entonces medité
sobre esta planta y comprendí que los humanos también han sido formados para
llegar a extraer el amor de la atmósfera y del sol.
Pero para eso deben aprender a
desarrollar esos centros superiores que
en la India llaman chacras. El
amor es una energía, un fluido, una quintaesencia que existe por todas partes
en el universo: en los océanos, en los ríos, sobre las montañas, las rocas, la
hierba, las flores, los árboles, la tierra y sobre todo, en el Sol. El amor es
una energía cósmica de una abundancia y una diversidad inauditas. Dios, que es
sumamente generoso, jamás dispuso que los hombres encontraran el amor sólo en
ciertas partes del cuerpo humano. De no ser así, ¡qué avaricia por su parte!
Dios es mucho más generoso, mucho más tolerante. Él ha distribuido el amor por
toda la naturaleza. Los ignorantes, que sólo van a buscarlo en el hombre o en
la mujer, no siempre lo encuentran, mientras que los Iniciados que van a
buscado en el espacio, jamás se sienten privados del mismo. Pero desde hace
millones de años, los humanos se han acostumbrado a considerar las cosas de
otra forma, y ya no pueden creer que es posible vivir y amar sin enterrar sus
raíces en el suelo.
Buscáis el amor, pero lo buscáis
donde todo el mundo lo busca, en sitios conocidos, atávicos, que os parecen
fantásticos, pero en los que aquél no se expresa plenamente. Ciertamente hay un
poquitín, apenas algunas partículas, las cuales no son suficientes para
alimentar y transformar verdaderamente a aquellos que querrían beber el océano entero.
Así pues, los sedientos deben ir a buscado a otra parte.
¿Por qué esperamos encontrar a un hombre o a una mujer para sentir amor? De ahí nacen las limitaciones,
las desgracias, las dificultades, la dependencia. Ni siquiera los verdaderos
grandes Maestros pueden vivir sin amor, pero ellos lo buscan, lo encuentran y
lo recogen en el espacio, y después lo distribuyen por todas partes alrededor
de sí mismos. Continuamente están sumergidos en el amor: ellos respiran amor,
comen amor, contemplan el amor, piensan sin cesar en el amor. Por ello no
necesitan esperar a que la mujer se lo dé: ellos ya lo tienen, está ahí, les
colma. ¡Es formidable! Entonces, ¿por qué buscarlo en otra parte? ¿Por qué
destruir esas sensaciones de plenitud calentándose la cabeza?
Yo no estoy contra el amor sino
todo lo contrario; únicamente digo que hay que aprender a encontrarlo por todas
partes, porque el amor está en todas partes, como el rocío. ¿Qué es el rocío?
Es agua evaporada contenida en la atmósfera que sólo se hace visible cuando se condensa
por la mañana sobre las plantas. Sí, ahí lo tenéis, el rocío no es otra cosa
que una especie de amor condensado... ¿Y los rayos del sol? Una especie de amor proyectado...
¡En la naturaleza, todo es amor! La fuente, el
verdadero origen del amor es Dios. Pero, ¿no hay algo más cercano a
nosotros, una maravillosa imagen de la fuente divina? Sí, el sol, que también
es una fuente inmensa y generosa.
Mirad, toda la creación se
beneficia de su presencia, porque es él quien, con su amor, infunde la vida en
las hierbas, las plantas, los árboles...
Los vegetales están continuamente
expuestos a su luz y de ellos recibimos después la vida.
Por ello, el discípulo que desee conocer lo que es la verdadera vida, el
verdadero amor divino, camina hacia la fuente, hacia el sol, y mirándolo, meditando, amándolo,
haciéndolo penetrar más y más en sí mismo, como un fruto expuesto al sol,
recoge esas partículas de vitalidad que después puede distribuir a los demás
para vivificados, iluminados. En eso consiste el verdadero amor, y no solamente
en abrazar a los hombres o a las mujeres y en acostarse con ellos.
De momento el sol no os dice
nada, pero cuando hayáis derramado muchas lágrimas y os hayan desplumado,
entonces comenzaréis, por fin, a buscar este amor del sol, porque él, al menos,
no os hace sufrir, no os quita nada, al contrario, ¡él os da! Pero yo sé por qué
los hombres y las mujeres no buscan el amor en el sol: se debe a que no se
sufre junto a él, y ellos necesitan sufrir. ¡Sí! Así pues, para encontrar esos
sufrimientos, van a buscar a hombres o a mujeres. Ahí, al menos, es seguro que
encontrarán complicaciones y contrariedades. Mientras que con el sol, jamás...
Excepto si no lleváis sombrero; entonces, sí, ¡protegeos de la insolación!
Ahora bien, no deduzcáis de todo
lo dicho que yo condeno las relaciones sexuales. Mi papel es mucho más difícil
de lo que podáis imaginar. Yo soy un instructor, un guía espiritual, y si
expongo esta cuestión como lo hago, es para aquellos que son capaces de ir más
lejos en la comprensión del amor. Pero los demás, por Dios, que hagan lo que
puedan. Cuando veo a alguien que está construido como un mastodonte, no le digo
que viva como un asceta; yo no soy un fanático. Sé que la cuestión del amor y
de la sexualidad debe ser resuelta por cada uno según su naturaleza. Por lo
tanto, a aquellos que tengan posibilidades de perfeccionarse, debo ayudarles,
darles métodos, de lo contrario se extraviarán, lo cual sería una lástima. He
visto muchas personas que buscaban algo sin saber exactamente qué, y como nadie
era capaz de instruirles, terminaban por extraviarse. Pero aquellos que están
casados tienen deberes, el marido para con la mujer y la mujer para con el
marido. Yo siempre he dicho que
sobre esta cuestión de las
relaciones sexuales, los matrimonios deberían
tornar decisiones juntos. Digo
bien: no por separado, juntos.
Desgraciadamente, no siempre se
hacen así las cosas. O es la mujer quien es desgraciada porque su marido decide
bruscamente vivir como un asceta y la mira como una encarnación del Diablo, o
es el marido el que sufre porque su mujer se hace la mosquita muerta. Es
deseable que, aun casados, los hombres y las mujeres puedan espiritualizarse, sublimar
su amor, pero con el consentimiento mutuo.
Para evitar malentendidos,
repetiré que ante todo es necesario que los dos, marido y mujer, estén de
acuerdo; y después deben caminar poco a poco sin abandonar bruscamente las
relaciones, porque entonces enfermarían. Imaginad que alguien fuma cuatro
paquetes de tabaco diariamente. Si deja bruscamente de fumar, va a sufrir
terriblemente.
Pero si lo deja poco a poco,
progresivamente, su organismo se adaptará, y un día podrá dejar de fumar
completamente sin sufrir. Sí, en todo hay que saber cómo proceder.
Evidentemente, no soy tan
inocente como para creer que lo que digo va dirigido a todo el mundo. Entre
millones y millones de hombres, apenas hay dos o tres que estén preparados para
comprender verdaderamente lo que es el amor y vivirlo. Esa es la realidad, la
triste realidad. Pero eso no es una razón suficiente como para no instruir a esos
dos o tres y lograr que se animen y adquieran confianza y fuerza, en lugar de
dudar, vacilar, y volver atrás, uniéndose a la masa de todos aquellos que son
débiles, primitivos y sensuales. Yo me veo obligado a hablar, no para todo el
mundo, sino para los pocos que buscan nuevos caminos.